dissabte, 24 de febrer del 2018

BREVE RELATO. MARINA.

MARINA


Dedicado a los que, a pesar de los años y la distancia, seguimos añorando el lugar que un día nos vio nacer, en el que crecimos sintiéndonos seguros y confiados de que nos pertenecía; porque su fragancia, de forma sutil y caprichosa, siempre nos sigue acompañando.


Marina nació en un pueblo de pescadores, de azules profundos y sabores intensos. Creció conectada a la inmensidad del mar, entre barcas de pesca y olores salados. Los susurros de las olas y los rumores de las caracolas le enseñaron a hablar, aprendió a predecir vientos y tempestades, a silenciar inquietudes y a soñar mirando el horizonte. Sueños dorados y mágicos fueron alimentando sus días.
Al salir de la escuela, de camino a casa, Marina descalzaba sus pies y con el corazón desbocado, corría hasta la orilla al encuentro más esperado, hiciera frío o calor, en invierno o en verano. En la arena jugueteaba con el vaivén de las olas y, cuando la inmensidad del mar inundaba sus sentidos, poderosa y ligera, creía que el universo era suyo y que podía subir hasta las nubes y volar como una gaviota. En ese ritual que repetía día tras día, con sus pies hundidos en la arena fría y húmeda en invierno y, cálida en verano, sentía el dulce magnetismo del mar que le mostraba nuevas sendas por donde dar rienda suelta a su fantasía juguetona e inquieta.
Pero un día, al regresar de la escuela, sus padres la esperaban para darle una noticia: pronto harían las maletas, cerrarían la casa y marcharían a otra ciudad. A partir de entonces, fue creciendo en su interior una inquietud que, como un agujero negro, se fue haciendo cada vez más grande y profundo. Una inquietud que le impedía disfrutar de sus encuentros anhelados, de los azules profundos, las brisas marinas y los sabores intensos. La preocupación se fue transformando en una tristeza que  le borró su sonrisa y le robó su fuerza y vitalidad.
El día antes de su partida, como todos los días, con la inquietud acallada y el ánimo triste, Marina descalzó sus pies y corrió hasta la orilla. El mar embravecido la empujó hacia dentro con la atracción de un inmenso imán y ella, se dejó llevar. La fuerza del oleaje la revolcó un par de veces arrastrándola fuera del agua y allí, tumbada en la arena, el mar le obsequió con uno de sus más preciosos tesoros. Al abrir los ojos descubrió una enorme y brillante caracola. La cogió entre sus manos, la acarició con cuidado, era la caracola más grande y bonita que jamás había visto. Se la acercó a la cara, quería verla muy de cerca con todos sus detalles. De pronto, el corazón de Marina pareció pararse, sintió que en su interior la caracola guardaba todas las voces del mar. La apretó fuerte y pensó que era el mejor equipaje que podía llevarse a ese largo viaje que pronto iba a iniciar y que tanto le inquietaba.
Desde aquel afortunado encuentro y aunque ya han pasado algunos años, Marina, de regreso a casa, a cientos de kilómetros de su pueblo natal, de azules intensos y brisas marinas, se sienta en un banco del parque y, cuando siente los rayos de sol sobre su piel como un cálido y reconfortante abrazo, saca de su gastada mochila su caracola, la acaricia con cuidado y la acerca a su oído para escuchar las voces que guarda en su interior. Y así, con los ojos muy cerrados, cree  estar de nuevo frente a su inmenso mar azul, sintiendo su fuerza y libertad, sintiéndose poderosa y ligera.

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