divendres, 6 d’abril del 2018

RELATO BREVE.

"EL LENGUAJE DE LAS FLORES"


Esta historia está inspirada en un recuerdo de infancia. Un recuerdo dulce, de los que te arropan en las noches frías y te acarician cuando estás triste. Dulce, porque al recordar, recreamos nuestra historia, la teñimos de bellos colores, de nuestras tonalidades favoritas; hasta que recuerdo y fantasía se funden en nuestra memoria.




En una amplia avenida de una gran ciudad, entre edificios altísimos y un tráfico ensordecedor, se situaba la casa de mis abuelos. Un pequeño y viejo edificio de dos plantas perdido en un inmenso jardín al que se accedía al atravesar unas enormes y pesadas puertas verdes de hierro. Después, se ascendía por unos amplios escalones que te dejaban sin aliento. En la entrada, un gran cartel “Floristería”.
La frondosidad de sus plantas te transportaba a un misterioso entorno donde el tiempo parecía detenerse y un extraño silencio te aislaba del mundo exterior; en el que el ruido de las pisadas sobre las piedrecillas del jardín producía un extraño placer, un sonido inolvidable.
En su porche, unas largas estanterías soportaban el peso de los enormes jarrones en los que lucían magníficas las flores más aromáticas y coloridas que jamás he visto.
Allí aprendí sus nombres, sus colores, la suavidad de sus pétalos, a diferenciar sus aromas y el seductor y enigmático lenguaje que ellas emiten.
Claveles, rosas, gladiolos… en sus más diversas variedades invitaban a hundir la cara entre sus pétalos, a inspirar profundamente y llenar los pulmones de sus dulzones aromas. Gardenias, calas, margaritas, jazmines… todas y cada una de ellas desprendían un aroma especial y característico.
Cuando allí llegaba, observaba ensimismada a mi abuelo que pasaba horas yendo y viniendo, arreglando aquellos enormes jarrones, para que sus flores lucieran siempre frescas y aromáticas. Si tenía que hacer un encargo: un ramo de novia, un centro para un aniversario o celebración... asistía a un ritual único, su mirada se transformaba y como poseído por una incontrolable inspiración, empezaba a combinar las más variadas flores y plantas. Sus aromas, colores y texturas, formaban maravillosas creaciones florales que nos dejaban a todos  mudos de admiración.
Un día, al caer la tarde, mi abuelo me cogió de la mano y me llevó a un banco de piedra que adornaba el jardín con sus brillantes azulejos blancos y azules, allí sentados, me habló por primera vez del misterioso lenguaje de las flores.

“Cierra los ojos y respira, huele el aroma de las gardenias, de las rosas, de las adelfas… siente la suavidad de sus pétalos en la yema de tus dedos, escucha sus suaves palabras… ellas traen maravillosas historias de tierra, agua, sol y viento. Deja que te embriaguen sus relatos de tierras lejanas, de mundos fantásticos…”

Día tras día, año tras año, mi abuelo me fue enseñando, tal y como su abuelo se lo enseñó a él, ese lenguaje misterioso y seductor que las flores emiten,  suaves susurros que hablan de preciosas historias.

En una ocasión, al cabo del tiempo, reunió a toda la familia, quería darnos una noticia. Una noticia inesperada que nos dejó a todos el corazón helado. Una constructora iba a comprar la casa y su jardín como terreno para levantar un gran edificio en consonancia con el resto de las demás construcciones de la avenida.

La tristeza se apoderó de todos nosotros, no podíamos imaginar la existencia sin ese jardín que formaba parte de nuestras vidas, sin ese entorno en el que el tiempo solía detenerse y su silencio parecía aislarnos del resto del mundo, en el que cada uno de nosotros habíamos aprendido el mágico y enigmático lenguaje de las flores, el mismo que nos había llenado los corazones de historias fantásticas.

Ahora ya han pasado muchos años, mi abuelo ya no está, la vieja floristería con su enorme jardín en el que el tiempo parecía detenerse ya no existe. En su lugar, luce un alto edificio, ni rastro de flores ni plantas en su puerta, por donde entran y salen vecinos que ni se conocen. Pero yo, sigo escuchando el misterioso lenguaje, al caer la tarde, cuando paseo por el parque o frente a los múltiples puestos de flores de  mi ciudad. Allí, creo ver a mi abuelo atareado, yendo y viniendo entre las plantas y los enormes jarrones, escogiendo cuidadosamente las más hermosas para formar uno de sus bellos ramos, para que uno de sus clientes lo luzca o lo regale con ilusión.
El lenguaje de las flores me acompaña, me sigue susurrando al oído bellas historias, las mismas que ahora me sirven de inspiración para  escribir y contárselas a otros, a los que quieran aprender ese bello y seductor lenguaje.





2 comentaris:

  1. Precioso relato! Que bonitos recuerdos y que bien escritos, gracias por compartirlos con nosotros.

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    1. Muchas gracias Mamen por tus palabras, me animan a seguir contando, un abrazo!

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