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dissabte, 24 de febrer del 2018
dissabte, 10 de febrer del 2018
UN CLÁSICO QUE NOS INVITA A REFLEXIONAR SOBRE EL EGOÍSMO, LA SOLEDAD Y EL AISLAMIENTO QUE NOS DEPARA
“El Gigante Egoísta”
Oscar Wilde
Ilustrado y abreviado por Alexis Deacon
EDICIONES EKARÉ
Maravillosa adaptación de un clásico que nos recuerda que las actitudes egoístas nos apartan y aíslan de los demás; la incapacidad para compartir, la falta de empatía, el sentirnos en todo momento el centro del universo o de autoprotegernos, nos impide disfrutar con plenitud de las relaciones sociales, del enriquecimiento y disfrute que ellas nos aportan; creando un círculo vicioso del cual es difícil salir.
“Todas las tardes, al regresar de la escuela, los niños iban a jugar al jardín del Gigante”, un hermoso jardín al que las diferentes estaciones regalaban auténticas maravillas y en el que los niños disfrutaban a sus anchas. Pero un día, el Gigante regresó, se enfadó tanto al ver a los niños jugando en su propiedad que construyó un gran muro para impedir su entrada, colocando el cartel de “PROHIBIDO EL PASO”. La Nieve, la Escarcha, el Viento del Norte y el Granizo, se instalaron en él. El Gigante, cansado de tanto frío, deseaba la llegada de la Primavera que no osaba pisar su jardín. Un día, el canto de un pequeño gorrión le alertó de su llegada. La entrada de los niños por un agujero en el muro, hicieron que la primavera floreciera de nuevo. El frío de la soledad y del largo invierno, conmovieron el corazón del Gigante, dándose cuenta de su error.
Su cambio de actitud, puesto que al final es capaz de ayudar, compartir y jugar con los niños, le hacen verdaderamente grande y feliz, demostrándonos que la generosidad y la capacidad de compartir pueden producirnos una gran satisfacción personal.
El contraste de las ilustraciones coloridas del jardín repleto de niños, en plena primavera y las oscuras, de un jardín habitado por la Nieve, la Escarcha, el Granizo y el Viento del Norte; nos transmite el frío de la soledad y el aislamiento que el egoísmo puede llegar a hacernos sentir.
Os lo recomiendo, una auténtica joya que nos permiten reflexionar, a pequeños y mayores, sobre la generosidad, la alegría de compartir con los demás y los vínculos y relaciones interpersonales tan enriquecedoras que se crean.
El contraste de las ilustraciones coloridas del jardín repleto de niños, en plena primavera y las oscuras, de un jardín habitado por la Nieve, la Escarcha, el Granizo y el Viento del Norte; nos transmite el frío de la soledad y el aislamiento que el egoísmo puede llegar a hacernos sentir.
Os lo recomiendo, una auténtica joya que nos permiten reflexionar, a pequeños y mayores, sobre la generosidad, la alegría de compartir con los demás y los vínculos y relaciones interpersonales tan enriquecedoras que se crean.
dijous, 8 de febrer del 2018
BREVE RELATO. LA ESPERA.
Dedicado a las madres de los que se hacen a la mar en busca de su sueño blanco, a su triste suerte.
Mientras unos son atrapados por las autoridades y devueltos a sus países de origen, otros pierden sus vidas devorados por un mar cruel y despiadado y, pocos, muy pocos, logran llegar a las costas europeas cayendo en las manos de mafias que, sin escrúpulos, trafican con el deseo de alcanzar una vida digna.
Al caer la tarde, frente al mar, Mariéme espera. Cree que el viento le traerá noticias, que el mar le devolverá su voz, su mirada. Y recuerda.
Recuerda el primer día que la pudo coger entre sus brazos y cómo, al sentir el calor de su pequeño cuerpo, comprendió el misterio de la vida.
Recuerda cómo fue creciendo, cómo sus pequeñas manos, redonditas y fuertes, siempre estaban sucias de andar metidas en juegos, las rodillas peladas y el pelo despeinado.
Mariéme espera a su niña, su niña inquieta. Diferente a las demás, soñadora, intrépida y valiente.
Sin saber cuándo ni por qué, en su interior fue creciendo un sueño. Tal vez, lo que oyó contar a sus amigos y vecinos, las imágenes que vio en la televisión y lo mucho que imaginó, fueron alimentando una ilusión. Llegar al continente europeo, una vida diferente a la que había llevado su abuela, su madre, sus tías… todas y cada una de las mujeres de su familia. Todo se fue fundiendo en su sueño blanco. Una vida digna, una casa confortable, comida, un poco de dinero… tantas y tantas cosas anhelaba su niña.
Mariéme, como todos los días, corre impaciente hacia la orilla. Cree oír su risa. Y recuerda.
Recuerda a su pequeña saliendo de clase, corriendo con sus alegres ropas multicolores mecidas por el viento, emocionada por lo aprendido, dispuesta a ayudar a los suyos. Recuerda que tuvo que abandonar la escuela para echar una mano en las tareas domésticas: limpiar, cuidar a sus hermanos, cocinar… que vendía lo que hiciera falta por las calles embarradas y llenas desperdicios a cambio de algo de dinero para comida, medicinas.... Recuerda cómo su sueño blanco fue creciendo, más y más, hasta sentir que la fuerza de sus alas le permitía emprender el vuelo.
Una noche, su niña le contó su secreto y, comprendió. Comprendió porque sabía de qué le hablaba. Mariéme ya conocía el sueño blanco, ella también lo tuvo, un día ya muy lejano. Pero se esfumó, como se esfuman los sueños que parecen volar demasiado alto.
Bajo el brillo de las estrellas, de la noche más larga, su niña partió en un cayuco, lleno de sueños blancos. Mariéme le entregó un colgante, una pequeña concha atada a una cuerda negra. Se la puso en su cuello, para que sintiera la protección de los suyos, la calidez de su tierra. Y en el mar, se alejó su voz, su mirada, su risa… entre tantos cuerpos hacinados, tiritando de frío y humedad, en esa noche tan larga.
Mariém siente el dolor de la ausencia, cree escuchar susurros en el romper de las olas. Pero pronto, su ilusión se desvanece. Espera, recuerda...
En otras playas del continente africano, bajo la luz de otras lunas, todas las noches a la orilla de un mar que, a veces acaricia y a veces devora; Fatou, Awa, Amina, Maimouna… deseando que el sueño blanco abra sus alas, creen escuchar una voz y esperan que la vida les devuelva una sonrisa, una mirada…
Al caer la tarde, frente al mar, Mariéme espera. Cree que el viento le traerá noticias, que el mar le devolverá su voz, su mirada. Y recuerda.
Recuerda el primer día que la pudo coger entre sus brazos y cómo, al sentir el calor de su pequeño cuerpo, comprendió el misterio de la vida.
Recuerda cómo fue creciendo, cómo sus pequeñas manos, redonditas y fuertes, siempre estaban sucias de andar metidas en juegos, las rodillas peladas y el pelo despeinado.
Mariéme espera a su niña, su niña inquieta. Diferente a las demás, soñadora, intrépida y valiente.
Sin saber cuándo ni por qué, en su interior fue creciendo un sueño. Tal vez, lo que oyó contar a sus amigos y vecinos, las imágenes que vio en la televisión y lo mucho que imaginó, fueron alimentando una ilusión. Llegar al continente europeo, una vida diferente a la que había llevado su abuela, su madre, sus tías… todas y cada una de las mujeres de su familia. Todo se fue fundiendo en su sueño blanco. Una vida digna, una casa confortable, comida, un poco de dinero… tantas y tantas cosas anhelaba su niña.
Mariéme, como todos los días, corre impaciente hacia la orilla. Cree oír su risa. Y recuerda.
Recuerda a su pequeña saliendo de clase, corriendo con sus alegres ropas multicolores mecidas por el viento, emocionada por lo aprendido, dispuesta a ayudar a los suyos. Recuerda que tuvo que abandonar la escuela para echar una mano en las tareas domésticas: limpiar, cuidar a sus hermanos, cocinar… que vendía lo que hiciera falta por las calles embarradas y llenas desperdicios a cambio de algo de dinero para comida, medicinas.... Recuerda cómo su sueño blanco fue creciendo, más y más, hasta sentir que la fuerza de sus alas le permitía emprender el vuelo.
Una noche, su niña le contó su secreto y, comprendió. Comprendió porque sabía de qué le hablaba. Mariéme ya conocía el sueño blanco, ella también lo tuvo, un día ya muy lejano. Pero se esfumó, como se esfuman los sueños que parecen volar demasiado alto.
Bajo el brillo de las estrellas, de la noche más larga, su niña partió en un cayuco, lleno de sueños blancos. Mariéme le entregó un colgante, una pequeña concha atada a una cuerda negra. Se la puso en su cuello, para que sintiera la protección de los suyos, la calidez de su tierra. Y en el mar, se alejó su voz, su mirada, su risa… entre tantos cuerpos hacinados, tiritando de frío y humedad, en esa noche tan larga.
Mariém siente el dolor de la ausencia, cree escuchar susurros en el romper de las olas. Pero pronto, su ilusión se desvanece. Espera, recuerda...
En otras playas del continente africano, bajo la luz de otras lunas, todas las noches a la orilla de un mar que, a veces acaricia y a veces devora; Fatou, Awa, Amina, Maimouna… deseando que el sueño blanco abra sus alas, creen escuchar una voz y esperan que la vida les devuelva una sonrisa, una mirada…